No se si por edad mi memoria es ya histórica o no. Seguramente ni los mejores analistas sabrían en esta circunstancia donde colocar el límite temporal. En todo caso yo estaba allí, el siglo pasado, cuando, mucho antes de promulgarse la ley de 1977, hacíamos carteles para empapelar los pasillos, pintadas (ahora me arrepiento de manchar las paredes) o gritábamos por las calles ¡amnistía ya!. Se hacía para que todos los presos y represaliados por cuestiones políticas salieran a la calle, para librar a los objetores de conciencia de la prestación del servicio militar, de las represalias y de las penas de carcel. Se hacía para que Santiago Carrillo pudiera moverse libremente, para que volvieran Dolores Ibarruri o Josep Tarradellas. Y no sólo políticos y protagonistas de excepción del nefasto periodo que culminó con la GUERRA INCIVIL también para tantos españoles injustamente exiliados. Pero además, con la idea de conseguir una pieza añadida al entramado legal que permitiera la verdadera y auténtica Democracia con la que todos soñábamos y cuyo advenimiento no estaba ni mucho menos claro.
Si alguien se molesta en consultar las hemerotecas, encontrará titulares de primera página y noticias como ésta: "Esta tarde el Presidente de Gobierno (Adolfo Suarez) recibirá a la oposición. Temas fundamentales: amnistía y reconocimiento de todos los partidos politicos" (ABC, 11 de enero de 1977).
Muchos de los asistentes a aquellas manifestaciones pretendían también el perdón de los delitos de sangre de algunos miembros del Grupo Revolucionario Antifascista Primero de Octubre (GRAPO), de ETA o del Movimiento para la Autodeterminación e Independencia del Archipiélago Canario (MPAIAC). Las manifestaciones pro amnistía eran ilegales. Algún muerto hubo entre los manifestantes y, desde luego, no por reclamar la gracia para ningún franquista. Dudo que a muchos de aquellos sedientos de democracia se les pasara por la imaginación pedir amnistía para ningún franquista, aunque sin duda, la entrada en vigor de la ley también tuvo consecuencias en ese sentido por la inclusión del apartado e, en su artículo segundo. Quién tuvo la responsabilidad de redactarla, de aprobarla y de promulgarla, tuvo también el buen sentido de articular un texto que contribuía de forma cardinal al principio fundamental que presidió todo el proceso de la llamada Transición Democrática: la reconciliación de todos los españoles y la superación del enfrentamiento civil. Y no hay herederos. Los responsables de aquel horror son sus protagonistas, ellos y sólo ellos.
Los que vivimos parte de nuestra infancia en la posguerra, no queremos que en ninguna mesa familiar se vuelva a oír aquello de ¡niño, de política no se habla!. Los que protagonizaron aquella transición, hicieron lo que debían y seguramente lo que podían. Las nuevas generaciones, afirmo, están preocupadas por encontrar su lugar en una sociedad más próspera y justa, por hallar una vivienda digna y asequible, por aprender inglés, francés o alemán y alcanzar el bilingüismo...
Hace no muchos años, escuché la respuesta de un niño a la indiscreta pregunta de una periodista: ¿sabes quién era Franco?. Sí, el rey que mandaba antes, contestó con rapidez. Pues eso. Y, hablando de preguntas ¿pretenderán los que estos días quieren falsificar, no sólo reescribir, la historia, revisar la ley de amnistía de 1977 para que, por ejemplo, los presos políticos de entonces vuelvan a la cárcel? (léase como una ironía). Permaneceremos atentos.
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