lunes, 26 de octubre de 2015

Una nueva política mundial de Transición Energética

Rosa Díez,  portavoz de UPYD, y Alfonso Sopeña, investigador científico del CSIC

Publicado en EL SIGLO De EUROPA . 2015. nº 1128, págs. 6-64

Una nueva política mundial de Transición Energética Rosa Díez, portavoz de UPYD, y Alfonso Sopeña, investigador científico del CSIC Sin duda, la gran cuestión que tiene planteada la humanidad en el siglo XXI y que debe resolver con la mayor celeridad posible, es la del Cambio Global. Aunque siempre se habla de Cambio Climático y la ONU lo utiliza en las reuniones que periódicamente se convocan sobre el tema, la realidad es que, este tipo de cambio es solo una parte del Cambio Global. Es decir, del conjunto de cambios ambientales inducidos por la actividad humana en los procesos que determinan el funcionamiento del sistema Tierra. Existen causas naturales por las que a lo largo de la historia de la Tierra se han producido cambios importantes en el clima, pero lo cierto es que nunca, una especie, había afectado tanto al clima y a la biodiversidad del Planeta, ni provocado la extinción de tantas otras de forma tan rápida. Las grandes extinciones masivas como la producida durante del Pérmico hace más de 250 millones de años, tuvieron lugar por causas naturales y el proceso duró varios millones de años. La actual extinción se produce por causas “inteligentes” y de forma vertiginosa ya que es perceptible a escala humana. En consecuencia, es urgente corregir de forma drástica nuestra actitud. 

La cumbre de París es una nueva oportunidad que se ofrece a todos los países del mundo para tomar las decisiones necesarias y frenar en lo posible las causas del impacto que la actividad humana está produciendo sobre el Sistema Climático Global. La Comunidad Científica Internacional, liderada por el Intergovernmental Panel on Climate Change, ha constatado durante los últimos años muchos de sus efectos. Uno de ellos, es el aumento de la velocidad con la que se produce la variabilidad climática y los llamados fenómenos extremos, como las grandes sequias olas inundaciones de tipo catastrófico. También está demostrado que la producción de energía es la principal causa antrópica de emisión de gases de efecto invernadero. Es de vital importancia, alcanzar los pactos necesarios para reducir este tipo de emisiones. Sin embargo, es ingenuo pensar que en alguna reunión de este nivel, se alcanzará un acuerdo total sobre la deseada reducción. Estados Unidos se ha convertido ya en el primer productor mundial de gas, pero su producción eléctrica se basa todavía en porcentajes de carbón cercanos al 50%. Qué decir de otros países como China o de Australia. 

España y la Unión Europea, deberían plantear en la cumbre de París, un cambio de estrategia y nuevas acciones que permitan utilizar otros algoritmos económico-políticos más eficaces que los empleados hasta ahora. Por ejemplo, recomendaciones que incluyan no importar productos industriales de los países menos eficientes y más contaminantes. Casi nadie es consciente de que cuando adquiere un coche, también compra la energía con la que se ha producido. Cualquier modelo energético para el siglo XXI debe tener presente la Intensidad Energética Global, es decir, aquella que incluye la energía consumida por los procesos de producción y la forma de generarla. Es evidente que a medio plazo será imposible reducir de forma drástica la utilización de combustibles fósiles. España es uno de los líderes mundiales en lo que se refiere a la producción de energía eléctrica por tecnologías renovables, pero las previsiones más razonables y realistas coinciden en que la reducción en el consumo de combustibles fósiles no será radical, ni puede serlo. Los sistemas complejos como el energético no admiten soluciones simples. Es necesario buscar su optimización considerándolo un todo, y distinto de la suma de cada una de las partes que lo componen. Hay que tender a un modelo eficiente que aporte beneficios sociales y estabilidad a las empresas e inversores, como ha pedido Unión Progreso y Democracia en el Parlamento español en numerosas ocasiones. Estamos ante un nuevo reto que plantea una necesaria y también nueva, Transición Energética. Si durante el siglo XIX se produjo el cambio desde un modelo de quema de biomasa a uno de empleo masivo de combustibles fósiles, el siglo XXI será, sin duda, el de la transición hacia fuentes de energía renovables y más limpias desde el punto de vista de las emisiones de todo tipo de contaminantes. El problema es también de sanidad ambiental en muchos entornos industriales, ciudades y núcleos urbanos. 

El diseño de una nueva, necesaria e ineludible Política mundial de Transición Energética, debe atender a tres objetivos principales: medioambientales, de seguridad energética, y de conservación de recursos naturales. Debe hacerse de la forma más rápida posible, pero sin desequilibrar el sistema y causar graves perjuicios a los más desfavorecidos. Debe también buscar el máximo beneficio social y tender al máximo grado posible de autoabastecimiento eléctrico con balance neto, como en reiteradas ocasiones ha pedido a los Gobiernos españoles Unión Progreso y Democracia en el Congreso de los Diputados. La cumbre de París debería ser una oportunidad para alcanzar acuerdos en este tipo de cuestiones capitales para la especie humana. ¿Será posible?

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